top of page

ERA UN MONSTRUO Y NO LA REVOLUCIÓN

​

Ejercen la ciencia de la muerte, ajan, vejan, ofenden. Extinguen el fuego de la luz de niños y mujeres con insolente impunidad; solo las canciones pegan sin lastimar. Nadie percibe los sonidos del dolor, nadie atiende a nuestro grito, súplica y ruego, acaso sea inconveniente, accesorio, circunstancial o carezca de relevancia. Dicen que estamos locas o somos putas y merecemos el castigo, ellos mandan y solo hacen silencio. Silencio cómplice, silencio impune. Gritamos y tan solo se oye el eco de nuestro ahogo. 

   
La habitación tiene paredes mohosas, manchas que quieren engatusarme pero no les hago caso. Alguien trazó miles de rayas en el  muro y pacientemente las fue tachando hasta recuperar la libertad. La tela de mi vestido es hilachas y mi pelo llega hasta los pies. Un resplandor me dice la luz que tiene restos de sol, aún lo distingo de los tubos lux mortecinos. Sólo hay un colchón desvencijado con olor a humedad. Tengo el cuerpo acalambrado y voy a quedar hecha una estatua. 


Mi pecho está anudado; no recuerda mi nombre, sólo un número. Mi piel no está demasiado arrugada; no soy tan vieja. Cierro los ojos y veo mosaicos de muchos colores. Estoy pintada en un cuadro y mi sonrisa se congeló en el tiempo. Alguien borró mi memoria  y no vuelo. Todo es como es y de ningún otro modo. Ayer soñé con desvanes vacíos, busco algún objeto pero sólo queda un trasto viejo. 


Picanas disfrazadas de palabras mentirosas de dulzura me enamoraron. Encerrada en una cárcel-laboratorio me transforman en una persona decente y virtuosa, no importa si soy poeta, un niño me recorta de la hoja de una revista y no queda nada.  Soy hielo, camino por una planicie con la desesperada esperanza de encontrar un fogón pero estoy en un páramo. 


Sumergida en el líquido furioso por Zeus el diablo tragó  la Atlántida y Vesubio encargó a un dragón engullir Pompeya… ira de los dioses.  Aquel déspota pisó a la mujer con la bota, la herejía como pretexto  y pereció en la hoguera. Y la lujuria la dividió en cabeza y cuerpo guillotinado. “Si a la vida”, dice el oficial y el pecho materno quema, la partera cómplice corta el cordón umbilical y la vida ya no existe. —¡No eres mi madre! —¡Lo hicimos por tu bien! ¿Acaso querías contaminarte de la escoria comunista?  Deberías de estar agradecido, es la palabra de dios.

 

¿Por qué los nietos? ¿Por qué los abuelos? Los hijos están muertos. Un puente roto, una explosión. —¡No hay paso! —grita la mujer ya sin poder frenar y cae al fondo del río. Caen mujeres desde aviones. (También hombres) Con bloques de hormigón en los pies los arrojan impúdicamente celebrando la muerte con esas botas inmundas. 
 

Jóvenes militantes rebosantes de ideales con  pantalones Oxford sentados alrededor de una fogata en la playa cantando la guitarra camuflada con el oleaje “la entrañable transparencia de tu querida presencia comandante Che Guevara”. 
 

Una pintada, una volanteada. Y se activa la agitación violenta del sonido del viento. Y estallan cristales con voces ausentes de coros ininteligibles.  Y las letras se van de las canciones. Y el espectro del maestro de ceremonias anuncia “guitarra”, “piano”, “tambor”. Y el xilófono está muerto. Y qué le pasa a las campanas. Y vos no llorás.  
 

Y recordás aquel predio del batallón donde viste a la calavera de un humano con mandíbula de simio.  Y era un monstruo y no la revolución. Y nunca te dijo la verdad, estafador maldito simulacro de un campanario en una iglesia quien sabe dónde. Y suenan gritos desesperados de voces de cuerpos mutilados. Y martillos de hierro golpean. 
 

Daltónico verde, ayer sucumbiste en la explosión nuclear y la radiación te dejó rojo, todo es fuego y quema, ayer sueños de castillos devinieron en sepulcros de cadáveres, como los gusanos de las moscas se me va metiendo la retórica y se esposa conmigo, somos siamesas, eterna torturadora, duele más que la picana y ya no tengo lo que cantar.

 

Sin brújula, sin destino. Razón de la sinrazón, fiel compañera, arma letal, bomba de tiempo. Soy soledad pura y dura, monólogos de mi desolación muda, lo que queda del día cuando ya no queda nada, con un bastón blanco voy tocando mi realidad a tientas con miedo a no distinguir si voy por la vereda o estoy en la avenida, los automóviles me arrollarán y vuelvo a la catacumba con la medida de los ataúdes, el tiempo se termina.

 

Palo. Y palo Y palo. Un cuerpo responde dibujándome manchas violetas delineadas por pinceladas rojas. El óleo carmín se chorrea. (Estos principiantes le erran a las proporciones). Una mano forzuda orienta mi cadavérico cuerpo en caída libre, estoy sangrando y aquí no hay nadie.

 

Levanto esta masa encefálica inflamada provocando a la tenaza opresora de cráneos. Mis pupilas se contraen desde la oscuridad y veo al astro rey. Cuerpo doliente, me baño en fuego y el aire no aprieta. —¡Ayuda! —grito con la inútil esperanza de la aparición de un alma piadosa. Autómata, un imán en holograma me atrae y no siento dolor. Y en medio de ir sintiendo pequeñas explosiones empieza a hacerse de noche. El calor deviene en helada brisa y el aire se muda a latitudes más propicias. 

 

Ahora vivo en un jardín y soy una bella planta.

 

Anna Donner Rybak Octubre de 2015 Presentación: 25 de Mayo de 2016 La Habana

bottom of page